Es una extraña ironía que la sustancia de la que dependemos para obtener nutrientes a una edad temprana pueda desencadenar síntomas desagradables cuando la consumimos de adultos. Pero sólo en Norteamérica, la intolerancia a la lactosa -la incapacidad de digerir el azúcar principal de la leche- afecta a más de 30 millones de adultos, en su mayoría de ascendencia africana o asiática. Los europeos del norte, en cambio, suelen conservar la capacidad de descomponer la lactosa. Sin embargo, el gen que codifica la lactasa (la enzima que se encarga de procesar la lactosa) no parece diferir entre las poblaciones tolerantes a la lactosa y las intolerantes a la lactosa, una observación que ha provocado muchas dudas entre los científicos.
Ahora, una nueva investigación, publicada en el número de febrero de la revista Nature Genetics, ha revelado por fin la base genética de la intolerancia a la lactosa que tanto se ha buscado. Los hallazgos podrían acelerar el desarrollo de pruebas de diagnóstico fiables para este trastorno.
Estudiando el ADN de nueve familias finlandesas extensas, Leena Peltonen, de la Universidad de California en Los Ángeles, y sus colegas descubrieron dos variantes de ADN situadas fuera del propio gen de la lactasa que corresponden a la tolerancia e intolerancia a la lactosa. Es importante destacar que los miembros de las familias finlandesas con intolerancia a la lactosa compartían la misma variante de ADN encontrada en individuos intolerantes a la lactosa de Alemania, Italia y Corea del Sur, entre otros, lo que sugiere a los investigadores que la intolerancia a la lactosa tiene raíces antiguas. De hecho, la actividad persistente de la lactasa, dicen, podría haber evolucionado sólo con la llegada de la ganadería lechera, hace unos 10.000 años.