Cómo te ven los demás
«A medida que el yo se viste, se dirige simultáneamente». – Stone, 1962, p. 102
El viejo adagio, «Vístete para el trabajo que quieres», puede ser más que un simple refrán, y los psicólogos que estudian la identidad tienen algunas cosas interesantes que decir sobre el tema.
No es ningún secreto que la ropa, los coches, las casas e incluso los teléfonos móviles tienen algo más que funciones prácticas. También se utilizan como formas de autoexpresión que pueden señalar el estatus, la pertenencia a un grupo, la individualidad o el gusto personal. A través de nuestra ropa, podemos enviarnos señales silenciosas que indican a los demás cómo esperamos que nos traten. Esto funciona porque tendemos a hacer evaluaciones muy rápidas de las situaciones y las personas y a clasificarlas en categorías que ya entendemos. Este atajo cognitivo, conocido como sesgo representativo, nos ahorra una valiosa energía computacional, pero también nos lleva a hacer generalizaciones generales con muy poca información. El sesgo representativo es la tendencia a NO tratar a cada persona como un individuo, sino a hacer suposiciones basadas en los rasgos que observamos que son similares a los rasgos de otros que ya entendemos. ¿Una mujer rubia y delgada con pantalones de yoga que se sube a un monovolumen? Ya crees saber de qué va. ¿Un tipo que lleva un traje a rayas, el pelo peinado hacia atrás y un pañuelo de bolsillo de seda? Supones que no es el conserje. Un estudio llegó a la conclusión de que las personas que vestían de negro eran vistas como más agresivas que las que llevaban colores claros (Vrij, 1997).
Cómo te ves a ti mismo
Vestirse para impresionar puede influir en cómo nos ven los demás, pero lo que quizá sea menos obvio es cómo puede afectar a nuestro propio sentido del yo. Algunos psicólogos creen que los objetos físicos, como la ropa, pueden utilizarse para cambiar nuestra mentalidad interna, lo que nos permite pasar más fácilmente a roles que no nos son familiares si primero nos vestimos como corresponde (Solomon, 1983). La teoría en este caso (denominada técnicamente interaccionismo simbólico) es que cuando nos rodeamos de objetos que simbolizan un papel concreto (profesor, motorista, ejecutivo, rata de gimnasio, etc.) nuestro sentido de la identidad empieza a interactuar con esos símbolos, e inconscientemente empezamos a comportarnos de la manera que esperamos que se comporte una persona que lleva esa ropa. Esto puede explicar nuestra afición cultural a disfrazarnos (Halloween, cosplay, fiestas temáticas), ya que nos permite revestirnos temporalmente de nuevas personalidades junto con la ropa.
Si el interaccionismo simbólico es real, entonces vestirte para el trabajo que quieres puede cambiar inconscientemente tu comportamiento, ayudándote a rendir más y a ganarte ese ascenso. Sin embargo, hay una línea que no debes cruzar. Una cosa es ser tu mejor versión. Otra cosa muy distinta es fingir competencia cuando simplemente no la tienes.
Esforzarse demasiado – cuando la ropa es una compensación
«Casi todas las conductas absurdas surgen de la imitación de quienes no podemos parecernos». – Samuel Johnson
A veces, cuando nos falta experiencia en un determinado papel, vestir el papel puede ayudarnos a aumentar nuestra confianza, a que fluyan nuestros jugos creativos y a que se acelere nuestra actitud de buscavidas. Sin embargo, a veces, vestir el papel es un acto de inseguridad que enmascara una realidad de incompetencia.
Cuando las personas no están seguras de su capacidad para desempeñar un papel, a veces se visten como tales para compensar su propia inseguridad. Un ejemplo clásico de esto es cómo los nuevos ricos tienden a realizar un «consumo conspicuo» para mostrar su riqueza (Warner y Lunt, 1941), mientras que los que tienen «dinero viejo» tienden a evitar hacer gala de ello (Assael, 1981). Un interesante estudio sobre estudiantes de escuelas de negocios descubrió que los que tenían malas notas y peores perspectivas de trabajo eran más propensos a llevar el «uniforme» de un hombre de negocios de éxito. Los relojes caros, los trajes y el pelo bien cortado los llevaban con más frecuencia los incompetentes que los estudiantes que destacaban (Wicklund et al., 1981).
En resumen, parece que vestirse para tener éxito tiene beneficios potenciales más allá de cómo le ven los demás. También puede ayudarle a verse a sí mismo en ese nuevo papel en el que está trabajando, y ayudarle inconscientemente a actuar, y no sólo a parecer, el papel. Sin embargo, ten cuidado, ya que llevar el uniforme no compensa realmente la falta de habilidad. Sé honesto contigo mismo si estás compensando y piensa en mejorar tu conjunto de habilidades antes de mejorar tu vestuario.