El idealismo inspira, el realismo funciona

Entre las respuestas que recibí para la columna de la quincena pasada sobre cómo lidiar con el cinismo, había algunas que señalaban la dificultad de mantener viva la esperanza ante los repetidos fracasos. ¿Cómo puede uno evitar convertirse en un cínico cuando parece que las cosas nunca funcionan?

En el otro extremo del espectro del cinismo (una actitud general de desconfianza, tanto en las personas como en los procesos) está el idealismo (la creencia de que es posible vivir de acuerdo con los propios principios, que la perfección es alcanzable). Mientras que uno puede llevarte a no esforzarte lo suficiente, a rendirte con demasiada facilidad y a culpar al sistema y a otras personas por ello, el otro puede cegarte a la forma en que las cosas son realmente.

Y en algún punto intermedio entre ambos está lo que llamamos realismo.

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Un realista ve el mundo tal y como es. Tiene la capacidad de dejar de lado tanto el cinismo como el idealismo y evitar el pesimismo extremo o el optimismo infundado. Lo que diferencia a un realista de un cínico es que el realista utiliza la comprensión de cómo son las cosas para ver cómo se pueden cambiar. Y lo que diferencia al realista del idealista es que el realista no aspira a la perfección, sino a la mejora, y puede ver los límites de los ideales sin renunciar necesariamente a ellos.

Es importante creer en un mundo ideal y aferrarse a la esperanza de que la perfección puede alcanzarse. Pero también es importante plantearse preguntas como: ¿a qué distancia estamos de ese ideal? ¿Qué podemos hacer para acortar la distancia? ¿Qué es posible? ¿Qué es factible? ¿Es el rumbo que tomamos el correcto para llevarnos allí? ¿Hay algo en nuestras expectativas sobre nosotros mismos y nuestra situación que debamos cambiar?

Ya sea que hablemos de la vida, de los estudios o del trabajo, lo que nos hace atravesar todo con cierta medida de éxito y felicidad es una mezcla de idealismo y realismo. Necesitas el idealismo para levantarte cada día y creer que las cosas van a ir bien, que la sinceridad y el trabajo duro te van a llevar a donde quieres ir, que los sistemas -y las personas- son esencialmente buenos. Pero a medida que avanza el día, también es necesario el realismo para ver dónde no va como se supone que debe ir, y analizar el curso de acción, o cambiarlo si es necesario. Aunque es estupendo aspirar a lo ideal, es importante reconocer que aún podemos estar lejos de ello, y por qué.

Uno de los problemas del idealismo es que nos lleva a suponer que vivimos en un sistema ideal, y funcionamos sobre la base de esa suposición. Tomemos una situación sencilla, como tomar el transporte público. En un mundo ideal, los autobuses y los trenes serían exactamente puntuales y no habría nada que nos impidiera planificar nuestro día según el horario publicado. Pero la realidad es que los autobuses y los trenes se retrasan a menudo, y los planes tienen que tener en cuenta los retrasos. Un idealista no tendría ningún plan de apoyo, mientras que un realista tendría en cuenta la posibilidad de una avería y, por tanto, tendría en cuenta los retrasos. Algunos dirán que hay una delgada línea entre el idealismo y la insensatez, sobre todo en lo que respecta a los sistemas públicos

Los idealistas tienden a no buscar defectos o fallos, ni en ellos mismos ni en los demás, ni en los sistemas. Un realista, en cambio, es más capaz de verlos y planificar en torno a ellos, pero sin caer en el pesimismo. El realista entenderá que no puede hacer nada contra un fallo del sistema, pero intentará gestionar la forma de enfrentarse a él. La madre de un joven estudiante de medicina me contaba que a su hijo le resultaba muy difícil estudiar medicina debido a la cantidad de memorización que se requiere y al enorme énfasis que se pone en el recuerdo. «Es un estudiante muy idealista, cree que estudiar consiste en comprenderlo todo por completo, y eso no es posible, dado que los semestres son cortos y las partes son enormes».

Sus compañeros de estudios habían aprendido muy pronto que había una técnica para elegir las partes que había que estudiar, lo justo para salir bien en los exámenes. El esfuerzo se dirigía a gestionar el examen más que a dominar todo el material. La mejor manera, por supuesto, es hacer algo intermedio: leer para entender, pero seleccionar con cuidado para poder cubrir suficientes partes para manejar el examen. Encontrar ese equilibrio, sin embargo, es un arte!

El idealismo es estupendo cuando es una aspiración y una actitud, pero hay que tener cuidado de que no conduzca a ilusiones o expectativas irreales. Pero es muy importante salir de los propios ideales de vez en cuando, para comprobar la realidad y sentir el suelo bajo los pies.

El autor enseña en la Universidad de Hyderabad y edita Teacher Plus. Correo electrónico: [email protected]

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