Un enorme globo amarillo llegó al cielo el 27 de mayo de 1931. En lugar de una cesta, estaba unido a una cápsula hermética de aluminio negro y plateado. En su interior viajaban el físico suizo Auguste Piccard y su ayudante Charles Kipfer con un objetivo claro: alcanzar la estratosfera. Acabaron logrando su objetivo, alcanzando una altura récord de 15.971 metros en la primera cabina presurizada de la historia. El motivo de esta aventura era estrictamente científico: Piccard quería observar los rayos cósmicos y apoyar la teoría de la relatividad de Einstein, a quien conocía desde hacía años. En un episodio que define a la perfección la personalidad de este polifacético científico, Piccard decidió que para probar su teoría de que estos rayos se originaban en la estratosfera, iría allí a hacer los experimentos.
Así, a principios del siglo XX, Auguste Piccard (28 de enero de 1884 – 24 de marzo de 1962) diseñó y luego hizo construir en una fábrica de barriles de cerveza una cápsula presurizada propulsada por un globo de hidrógeno. Este profesor de física de Bruselas llevaba una década estudiando los rayos cósmicos cuando se encontró volando entre las chimeneas de Augsburgo (Alemania). Su globo había despegado accidentalmente y durante el ascenso se dieron cuenta de que la cápsula de aluminio con la que tenían que subir miles de metros tenía una fuga de mercurio.
Primera persona en observar la curvatura de la Tierra
Todo lo que podía salir mal durante el vuelo salió mal, aunque al final todo salió bien. Piccard calibró los rayos cósmicos (mucho más potentes allí que en la superficie de la Tierra) y se convirtió en la primera persona en observar la curvatura de nuestro planeta. «Parecía un disco plano con los bordes hacia arriba», dijo. Una vez finalizadas las observaciones, los exploradores intentaron descender, pero sin éxito. Como sus tanques de oxígeno se agotaron, flotaron sin rumbo sobre Alemania, Austria e Italia. 17 horas después, cuando ya se les daba por muertos, aparecieron en el glaciar Gurgl, en los Alpes austriacos, a 1.950 metros de altura. «La historia de su aventura supera la ficción», escribió la revista Popular Science en un artículo de agosto de 1931.
Los aventureros fueron aclamados como héroes, lo que puede haberles impulsado, a pesar de todos sus percances, a realizar nuevas ascensiones. Piccard completó un total de 27 viajes a grandes alturas en los que siguió realizando experimentos, pero en 1937, tras haber conquistado los cielos, decidió sumergirse en las profundidades acuáticas. Aplicando a la inversa los mismos principios que en su globo estratosférico, Piccard fabricó un revolucionario submarino, al que llamó batiscafo.
La idea de Piccard para conseguir que su submarino se manejara a grandes profundidades -donde la enorme presión hace inviable el uso de un flotador lleno de aire- fue sustituir ese aire por gasolina. La gasolina pesa menos que el agua, pero es incompresible (mantiene su volumen de forma constante), por lo que puede mantener la capacidad de flotar el submarino incluso a grandes profundidades. Para hundirlo, utilizó toneladas de hierro que fijó a la nave. Su construcción se vio interrumpida por la invasión nazi en Bélgica, pero consiguió probarlo con éxito en 1948 frente a las costas de Cabo Verde.
Un récord insuperable
Con su hijo Jacques construyó un segundo aparato con el que en 1953 descendieron a 3.150 metros, todo un récord. Siete años después, Jacques descendió a 10.916 metros de profundidad en la Fosa de las Marianas, en el Océano Pacífico. Al ser el punto más profundo de la Tierra, lograron un récord que no puede ser superado. La estirpe de los Piccard la sigue también su nieto Bertrand, que tras dar la vuelta al mundo en globo aerostático, pretende repetir la hazaña a bordo del Solar Impulse II, un avión propulsado por energía solar con el que pretende concienciar sobre la importancia de las energías renovables.
Piccard no vivió para ver los éxitos de su nieto: murió en 1962 de un paro cardíaco. Sobre su féretro se colocó una bandera de Suiza y otra azul, símbolo de su devoción por los cielos y los mares. La figura de este extraordinario científico no sólo inspiró a sus familiares. Hergé, el dibujante belga que creó Tintín, se basó en Piccard para crear el personaje del Profesor Cálculo. Ambos compartían las gafas y el bigote, el espíritu pionero y el aire de sabio despistado. Pero había una diferencia, como explicó el propio Hergé: «El profesor Calculus es un Piccard a escala reducida; el de verdad era muy alto y habría tenido que ampliar los marcos de la tira cómica.»
Por Beatriz Guillén
@BeaGTorres